Dicen que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, pero ¿Qué parámetros definen el espacio existente entre los sonidos de un instrumento? La inspiración, los sentimientos, el mensaje a transmitir, el estilo…¿Quién sabe? Sin querer profundizar demasiado en consideraciones filosóficas, aquello que siempre acaba condicionando las preferencias, es el como se siente uno al escuchar música. En este contexto, una de las bandas que desde hace años me ha cautivado y me continua fascinando son The Byrds.
Nacidos en Los Angeles a mediados de los ’60, conciliaron en la misma dirección rock, folk, psicodelia y country, enlazado todo con unas armonías vocales perfectamente conjuntadas. Aproximadamente diez años más tarde de su disolución, al otro lado del Atlántico, en la ciudad de Manchester, surgieron The Smiths, una formación que aportaría aires de renovación al pop del momento, demasiado condicionado por los teclados, sintetizadores y otros sonidos de la época.
La prensa británica los etiquetó como a los «nuevos Beatles» mientras que los Byrds fueron catalogados en su momento como «los Beatles norte americanos». ¿Qué tenían en común todos ellos? El sonido único y característico de una guitarra especial. Una «Rickenbacker». Marca surgida en Santa Ana (California) a principios del los años ’30 y adoptada por las tres bandas. Si durante la década de los ’60 gozó de plena efervescencia, en los ’70 cayó en una cierta dinámica de olvido para recuperar cuota de popularidad en los ’80 precisamente gracias a grupos como The Smiths. De esta manera, ya fuera desde la soleada Costa Oeste, la industrial Liverpool o la nebulosa manchester, con seis o doce cuerdas y en las manos de Roger Mc Guinn, John Lennon, George Harrison o Johnny Marr, el eco vibrante y metálico de una guitarra, cruzó fronteras, estilos, tendencias y el inexorable paso del tiempo. ¡Sed bienvenidos al poder de su sonido encantador!